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LA HAZAÑA DE ARIANNA

Alberto Zampetti

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Santini

Recordando la empresa acometida por su bisabuelo a principios del siglo XX, descubierta en un viejo cuaderno, la protagonista de esta historia desanda el camino de Roma a Marsella pedaleando, ida y vuelta, durante más de mil kilómetros. Un viaje al pasado con soluciones modernas que ha permitido recaudar fondos para donarlos a una ONG que regala bicicletas a mujeres de países emergentes.

Esta es una historia a pedales. Una de esas preciosas historias que solo se dan en el ciclismo aficionado, ese alejado de la velocidad y el cronómetro, hecho de personas unidas por la misma pasión. Como toda historia que se precie, empieza hace mucho tiempo. Concretamente en 1905. No habían estallado aún las dos guerras mundiales, Einstein comenzaba a intuir la teoría de la relatividad e Italia se había unificado hacía unos cincuenta años. En los albores del nuevo siglo, Daniele Tatta, un sastre romano de 27 años, decide salir de la capital en bicicleta, llegar hasta Marsella y volver.

En aquel entonces, las carreteras eran caminos irregulares de grava y polvo (barro cuando llovía); los coches –una rareza– tenían ruedas de radios, una cubierta que cubría más bien poco y el maletero delante; las bicicletas llegaban a pesar más de veinte kilos, tenían las ruedas de plomo y el sillín era de todo menos ergonómico. Por otro lado, aún no se había celebrado nunca el Giro de Italia. Ir de Roma a Marsella en bici y volver era, desde luego, una absoluta locura. Recorrerse dos mil kilómetros a pedales era una hazaña propia de un lunático. Sin embargo, Tatta lo tenía clarísimo. Y era un tipo muy metódico. Loco, sí, pero también prudente. Para evitar especulaciones y recelos, emprende su viaje con su fiel cuadernito en el que anota –con meticulosa precisión– el progreso del viaje, con sellos y firmas que certifican los tránsitos, las paradas y los lugares por los que pasa. Acabarán siendo 45 páginas llenas de pruebas irrebatibles –sobre todo, certificados de aduanas, hosteleros o delegados del Touring Club Italiano, que entonces solo llevaba funcionando 11 años– que atestiguan el «récord ciclista Roma-Marsella y vuelta en 11 días, 8 horas y 20 minutos», como informó el periódico deportivo Gazzetta dello Sport en su momento. Sin saberlo, Tatta fue el primer randonneur certificado de la historia.

Photos credits @primadelgiro

Pasan los años, es decir, los decenios. O más bien, todo el siglo. La gesta de Tatta y su cuadernito se pierden en la noche de los tiempos y en la oscuridad de los sótanos. El mundo cambia: los coches devoran a las bicis, las carreteras son lisas como una mesa de billar y la humanidad ha llegado de verdad a la Luna. En Londres vive Arianna Meschia, joven escritora de talento, apasionada de los viajes y con ganas de vivir aventuras. Nació en Génova. Está en Inglaterra por trabajo, ha vivido allí donde la ha llevado su sed de sueños: Egipto, Malaui, Sudáfrica. Es la bisnieta de Daniele Tatta y, probablemente, la heredera directa de aquel deseo de libertad que, hace 117 años, impulsó a subirse al sillín a su bisabuelo romano. Un día, conversando en familia, sale a relucir por casualidad la hazaña del antepasado ciclista, y recuperan el cuadernito donde había quedado todo registrado. Esa portada desdibujada y descolorida es suficiente para desencadenar la fantasía de Arianna: repetir la hazaña de su bisabuelo, de Roma a Marsella. «Al abrir aquel cuaderno amarillento, pensé en escribir una historia al respecto», cuenta Arianna. «Pero después, durante el primer confinamiento, empecé a considerar la idea de vivir de verdad esa historia, de repetir el mismo trayecto –perfectamente trazado– en bici».

Había un problema: según admite ella misma, Arianna no practica el ciclismo. «Siempre he usado la bicicleta como un medio de transporte urbano, nada más. El resto (entrenamientos, registros, distancias, materiales, indumentaria, etc.) es un mundo desconocido para mí». ¿Y qué? ¿Iba a frenar eso a una treintañera ciudadana del mundo? La cabeza de Arianna ya está volando por los caminos, y sus manos empiezan a poner en marcha el proyecto, que se llamará –el nombre es de lo más pertinente– «Prima del Giro» (Antes del Giro), precisamente para recalcar que esta empresa se acometió antes de que surgiera la Corsa Rosa. Prepara el sitio web de la iniciativa y ahora el cuadernito se llama Facebook (www.facebook.com/primadelgiro), una página en la que la novel ciclista cuenta, con la misma meticulosidad que el bisabuelo, cómo surgió la idea y va narrando cómo se desarrolla.

Photos credits @primadelgiro

Arianna empieza a entrenarse y da comienzo una serie de milagros que hacen que esta historia a pedales resulte única y demuestre que cualquier objetivo es posible si realmente creemos en él. Aparte de no saber nada de ciclismo, comete todos los errores posibles: en primer lugar, no tiene bicicleta y ya el hecho de que piense recorrerse más de mil kilómetros sin tener una demuestra su determinación. A la espera de comprársela, pedalea en bicicletas improvisadas, prestadas por sus amigos. Quizá se trata de buenas bicis, pero cada una tiene unas medidas y tipologías diferentes. En definitiva, es un gesto que sirve de muy poco. Para colmo pedalea con zapatillas deportivas y prendas algo desfasadas (cuando no directamente con una sudadera). Cómodo, pero desde luego poco técnico.

Sin embargo, Arianna no se desanima ni pierde el tiempo. Entra en contacto con la FIAB (Federación italiana de medioambiente y bicicleta) que se toma en serio el proyecto y le ofrece todo tipo de consejos útiles, además del apoyo de las diversas secciones locales. Una providencial inmersión total en el ciclismo, el slow travel y el turismo solidario que resulta imprescindible y exitosa.

Pero esto no es todo: LIV le facilita una bici y Santini Cycling completa el proyecto con un suministro completo (y las piezas de repuesto) de ropa técnica. «He de admitir que pedalear "vestida adecuadamente" me ha cambiado la perspectiva del viaje –desvela con candidez Arianna–. Me muevo mejor, todo es más cómodo y, sobre todo, una auténtica badana: con tantos kilómetros, se nota la diferencia.

Arianna sale el 25 de agosto de 2021 de la romana plaza de San Pedro y llegará a Marsella el 13 de septiembre, con etapas de 50/70 km llenas de rostros, encuentros, abrazos y sonrisas, además del cansancio y del sudor. El viaje se difunde como la pólvora por las redes sociales y el recorrido se convierte en una auténtica procesión: hay gente que la flanquea y acompaña durante kilómetros, otros la acogen en su casa, todos la apoyan. Los amantes de la bici viven en cercanía. Saben acoger. Es un intercambio que te lleva lejos, mucho más allá de Marsella. Hasta Camboya. Otro milagro.

Photos credits @primadelgiro

Antes de salir, Arianna explica el fin de esta empresa. El viaje del bisabuelo era la excusa para partir, pero el objetivo era recaudar fondos para «88bikes», una organización estadounidense que conoció en Sudáfrica y que dona bicicletas a mujeres que viven en zonas deprimidas, sobre todo en el sudeste asiático, pero también en Sudamérica y en los campos de refugiados de Europa. «Zonas donde tener una bici supone una diferencia enorme», explica Arianna. «Con ella, las jóvenes pueden ir al colegio sin tener que caminar 8-10 kilómetros y las mujeres pueden desplazarse y ser más independientes. Les aporta seguridad porque, en caso de peligro, pueden escapar más rápidamente». Cualquiera puede participar con la cantidad que quiera y por cada 88 dólares recaudados (es el precio de la bici) una chica recibirá una en algún lugar del mundo.

Ha tenido muy buena respuesta. Los ciclistas de verdad son generosos: los pies sobre los pedales y las manos sobre el corazón. Durante el viaje, Arianna recaudó la cifra necesaria para comprar 39 bicicletas cuyo destino fue justamente Camboya. Son los milagros de la bicicleta. No está nada mal para no tener ni idea de ciclismo.

Photos credits @primadelgiro

Alberto Zampetti
Alberto Zampetti es un periodista convencido de que – a pesar de la precariedad salvaje y las redacciones carcelarias– su trabajo sigue siendo el más bonito del mundo «porque en cada persona que encuentras siempre hay una historia que contar». Además del periodismo, adora (sin ningún orden en particular, pero con igual pasión e intensidad) el Lago Mayor, con los bosques de Premeno, las agujas de los Dolomitas, la Italia de Coppi e Bartali; lo que recuerda de la literatura griega, y los artículos de Gianni Brera, de Giorgio Torelli y de Marco Pastonesi, de quienes aprendió el oficio. Define como «fantásticos» los siete años que pasó en la redacción con Massimo De Luca. Le encanta montar en su bicicleta azul, último recuerdo de un pasado competitivo de hace unos cuantos kilos.
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